sábado, 29 de diciembre de 2012

Sin orificio de salida.

Suena(s)

Esta mañana, al despertarme,
creí que llovía.
Luego abrí la ventana y no,
no era lluvia,
eras tú,
que te alejabas,
que ya no volabas,
que ya no estabas.
Y ya no pude volver a dormir.


Yo que siempre pensé
que besándote te hubiera convencido:
a ti de quererme,
a mí de no dispararte,
pero mil poemas tristes nunca fueron suficientes
para alguien que desprende primaveras
al abrir las alas,
ni siquiera versarte los labios cada mañana,
ni quitarte el frío de las manos,
ni cargarte a mi espalda
mientras me rompo el cuello intentando mirarte
-si supieras lo que echo de menos mirarte,
casi tanto
como a ti-,
ni ser el preludio de tu música,
es decir,
de tu risa,
no fue suficiente abrirte mi carne
para que la llenaras de la tuya
bloqueando cada esquina con el recuerdo de tu cara,
ni llamarnos de mil maneras diferentes
con el único propósito
de ser únicas
la una para la otra.


El mundo se dio cuenta
de que cada vez que venías
yo adelantaba las manillas del reloj
para ver si mi futuro llevaba tu nombre,
de que te robé todos los relojes
para que así no agotaras tu tiempo conmigo,
y destrozó mis horas,
el muy cabrón,
como quien aplasta lagrimales,

y yo miré suplicante a tus muñecas desnudas,
a la pared vacía,
a tus mañanas entre mantas sin horario,

pero la habitación se llenó
del jet-lag que sufren mis sueños
desde que abandonaron tu cama,
y todos los intentos de sostenernos fueron en vano,
de repente la vida pesaba demasiado
y tú eras más grande que la lluvia.
Y no fue suficiente para mí,
y tuve que deshacerme de los segundos que dejaban tus minutos.
Yo, que te llené de palabras,
me cansé de que las tuyas solo fueran de ida
y no pude evitar mirar la última página,
donde tu pelo ya no estaba.
Donde mis dedos ya no estaban.
Y leerte despacio
para engañar al reloj,
dejó de funcionar.
Y silenciar el temblor de mis manos
para que no te fueras,
solo hizo más ruido.


Eres tanto
que cualquier cosa que no sea tenerte al final del día
no resulta suficiente.
Y eso no es culpa de nadie.


Así que perdóname
por no conseguir
que fuéramos suficiente.
Por llenarte el cuerpo de adioses,
vestir mis dedos de balas
y dispararte
-aunque te lleve tan dentro
que dispararte a ti
sea como dispararme a mí,
pero sin orificio de salida-,
por empujarte hacia el abismo de mis labios
y suicidarte antes
de olerte,
por odiarte un poco
porque llueve
y no vas a aparecer,
porque mi reloj ahora solo me diga
que es hora de marcharme,
por sacarte de mis ojos
para poder dormir,
por quedarme
a ver cómo nos ponemos la ropa la una a la otra
sabiendo que no volveremos a desnudarnos,
y después irme.


Perdóname,
por no encontrar otra manera de salvarme
que no implicara abandonarte.


Y aunque esto sea un poema triste más,
tienes que saber
que hacerte el amor fue como empezar una frase,
y terminarla.
Abandonarnos ahora
es dejar inacabado el poema.


Pero recuérdalo,
una vez al día
te cambiaría por toda la poesía.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Invierno en el infierno.

Calculo que te habrán descrito
unas tres veces elevado al cubo
-por eso
de todas
las 
entradas
de tu cuerpo-
el tango que se forma en tus labios
cuando bajan a conocerme, 
como si tu lengua supiera
que cada vez es la última vez
y se vistiera de saliva
para honrar al último baile, 
ya sabes, 
el eterno, 
el que solo termina
cuando se desliza caliente por tu garganta
y tu sed claudica, 
subordinada 
a mi mano sobre tu cabeza.

Debes saber ya
que la diferencia
entre mis fantasías y tú
es que a ti te follo con los ojos abiertos
y no son mis labios los que relamo después.
Mientras tanto, 
tú las cumples
añadiendo las tuyas, 
y ya sabes entonces
lo que ocurre:
todo eso del verbo zambullirse
y el placer de ahogarse;
el erotismo de los imperativos
cuando se mezclan con tu boca; 
los ojos llenos de una perversión
que duele
y promete una sucesión de orgasmos
por cada incursión
-cómo no creerlo
cuando noto tu lascivia
empapándote los muslos
mientras lo cuentas-;
eso de que contigo 
los sentidos se reducen a tres:
besarse, follarse y correrse;
y todo eso del 
nometoquesasí
que se van a empapar hasta las paredes
y a ver quién limpia tanto sexo, 
pero pordiosnopares.

No desconoces, 
cuando me llenas los dientes de lujuria, 
el efecto que tiene tu espalda desnuda sobre mis ojos;
las ganas que tengo de clavarte los metacarpos
entre gemido e ingle;
romperme
la
muñeca
partiéndote
en
dos;
embestirte 
hasta que tus gritos rompan la pared, 
te quedes sin voz
y entonces tengas que pedirme clemencia, 
porque quiero amputarte
cada intento de desplante
y que mis dientes se queden llenos de tu carne;
chuparte y llegarte a las entrañas
-ya sabes lo que dicen, 
no se habla con la boca abierta-;
follarte la boca
y asaltarte
tus cuatro labios
atracándote las muñecas al otro lado de la habitación, 
recreándome en cada hendidura de tu cuerpo;
lamiéndote cada gota que expulses
para besarte después;
sentarte encima de mí
y subirte al cielo
-o bajarte al infierno,
déjame pensarlo-;
destrozándote el pelo mientras media espalda
se 
queda
en
mis
uñas.


Joder, 
yo juraría que el invierno era la estación del frío, 
pero desde ti
cuanto más desnuda voy
más abrasa todo.



Que tiemblen los animales, 
porque no se había visto nada tan salvaje
hasta ahora.
Que lo único que tiene esto de poesía
es lo mojada
que te deja mi tinta
y los versos
que voy a darte en la entrepierna.
Y ya sabes cómo, 
a fuego lento 
y bien marcados.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Nos creímos canción y no tuvimos final.

Suena.

¿Recuerdas
cómo se llenó el mundo de poesía
cuando hicimos el amor?
Parecía
que en vez de besarte
te escribía versos en la boca.


¿Lo recuerdas?
No sé si leía poemas
o eran mis manos las que te leían a ti;
si aquello
era un crescendo encadenado
de mi pecho a tus labios
o si es que de repente
mi vida comenzaba a rimar.
No sé,
no consigo distinguir
si aquello que hicimos fue el amor
o darle la vuelta a los puntos finales;
si fueron versos libres
los que se escondieron entre tu pelo
y mi vientre
o eran mis dedos
y tus caricias
y por eso yo ahora no puedo terminarte
los poemas;
si esa noche no fue tu mano lo que me diste
sino papel y lápiz y tu espalda,
si no fuiste tú la que temblaste
y empapaste mis manos,
sino el amor desnudo en un papel.

Igual
es que estás hecha de palabras;
eso explicaría
lo fácil que resulta nombrarte en todo lo que no existe.
Me creería, entonces,
que estés en tantas letras
como musas se han escrito,
y que no podamos pasar página
porque no hemos terminado de escribirnos.
Entendería, ahora,
después de conocerte,
el sentido de los silencios,
porque silencio
es eso que hay tras tu voz.
Comprendería, por fin,
mi fracaso
al intentar olvidarme primero de tu nombre
y después de nada más,
porque no existe el después a tu olvido.

Ya sabes,
hacerte el amor es como empezar una frase...
y terminarla.


Recuérdalo,
fue como si
el techo de tu habitación
se llenara de pronto de nubes
y tú y yo,
ahí abajo,
volando,
tan ausentes
a todo lo que no fueran
nuestras alas
-quiero decir,
nuestras bocas-;
justificándonos al margen izquierdo de tu cama,
dando la vuelta a las sábanas
y a nuestros cuerpos
para no dejar ni un centímetro
sin (des)cosernos;
abriéndonos tanto
que perdimos la consciencia
y nos caímos
una dentro de la otra
-te prometo que no miento
si te digo
que nunca me he sentido más llena
que cuando me caí dentro de ti-.


Acuérdate
de cómo el mundo, por fin,
se convertía en una mentira
y nosotras éramos la única verdad.
De cómo nos besábamos,
como si tuviéramos toda la vida para hacerlo,
como si supiéramos
con total certeza
que el último beso sería como el final de las canciones
y no llegaría jamás,
como si besándonos
consiguiéramos quedarnos allí,
juntas
-fueron tantas las ganas
de comerte a besos
que es imposible
que este hambre se pase-.
Acuérdate
de cómo vencimos al sol
bailándonos,
estallando todas las letras del abecedario,
las ocho notas de la escala;
de cómo,
entre gemido y gemido,
te llené la lengua de palabras en el viento;
de cómo,
entre gemido y gemido,
me llenaste el vientre de canciones bajo la lluvia.


Acuérdate,
recuérdalo,
Lo difícil
no es olvidarte,
es querer hacerlo.
Lo fácil
no es recordarte,
escribirte,
imaginarte,
soñarte.
Lo fácil
son estas ganas
de querer
volver
a
tenerte.

Por eso tienes que acordarte,
y recordarlo,
y no olvidarlo,
y pensar que una noche
fuimos tan libres
que se nos quedaron los labios salados
y los ojos empañados,
como si lloviera hacia arriba
y se nos despeinara el pelo
y cerráramos el paraguas para ahogarnos
-no habrá mejor tormenta
que la que sucedió en mis ojos
cuando te besé por primera vez-.
Como si querernos
fuera como nadar en el océano:
algo tan inmenso como imposible.


Por eso,
acuérdate,
recuérdalo.
Porque recordarnos
es lo único que podemos hacernos.

martes, 11 de diciembre de 2012

Y dormir a tu lado se convierte, entonces, en poesía

Caminas descalza
como si supieras de qué está hecho el mundo
y quisieras darle forma con la curva de tus pies,
bailándolo a tu antojo
como bailas mis días,
haciendo que al resto
se nos claven tus huellas
en lo que nos queda de ojos
después de mirarte,
y no podamos sino seguirte.

A veces sonríes,
y el mundo se abre con tu boca,
como cuando bostezas
y tiras por la borda
cualquier amago de abandonarte,
porque la paz está ahí,
entre tus dientes,
cuando me muerdes el corazón
y te lo tragas,
y yo respiro.

Me miras
noventa y nueve veces al día
como si yo fuera lo único que se interpusiera
entre la realidad y tus ojos,
me conviertes en tu filtro
y dices que a través de mí
el mundo se ve más bonito,
y son cien las veces que yo te miro de vuelta
preguntándome
qué diablos será eso que te convierte en cielo
y despeja mis tormentas,
que te hace sujetarme
cuando decido precipitarme
o dejarme la garganta
en mil silencios,
qué esconde mi boca
para que mientras me besas
solo pienses en el siguiente beso,
qué verás
en mi pelo alborotado al despertar
para que quieras acariciármelo así,
como si estuviera herido
y tú supieras exactamente
qué hacer
para salvarlo,

-preguntándome
qué diablos
tendré
para
ser
lo
único
que
ves
cuando
miras
al
mundo-.

Me masturbas el alma
a dos manos
-cómo no voy a creerme
que tus dedos
me esconden-,
me pones de espaldas
y te dejas
entera
dentro de mí
-así pasa ahora,
que te llevo a todas partes-,
te vuelves
algo así como un animal salvaje
pero tierno,
con esa lascivia
que dibuja tu boca
cuando tienes hambre,
te vuelves gigante
y me nombras,
y yo te digo
al oído
que voy a correrme contigo
hasta llegar al fin del mundo,
si es que eso existe
después de ti
-tú,
que lo único que tienes de final
es todo lo bonito
que viene después-,
y entonces
caigo rendida,
vencedora,
libre,
con el alma aun entre tus dedos,
desnuda,
palpitante,
viva,
en calma,
frágil,
repleta,
satisfecha,
completa,
sobre tu pecho,
y es entonces cuando entiendo
lo de soñar sin dormir.

Y me creo lluvia
y te duermo a besos.


Quién me iba a decir a mí
que ibas a llegar a mi corazón
entrando por la boca.

Conviertes las mil maneras
que existen de huir
en mil maneras de quedarse,
contigo.
Y dormir a tu lado
se convierte,
entonces,
en poesía.


domingo, 2 de diciembre de 2012

A un poema de distancia

Draw your swords

Me partí en dos
después de ti;
me dividí
como se dividen los días
según las ganas
que tengas de recordarme,
como se abren mis calles
cuando te descubren bailando
como el viento del invierno,
como la única chica feliz
en un bar de carretera
o la única chica triste
un viernes por la noche,
como un funambulista adicto a las caídas,
como si el precipicio fueran mis manos
y el miedo se hubiera evaporado de tus pies;
me fui y me dejé
contigo
tan desnuda
que pensé que jamás volvería
a tener calor
-en un mundo de contradicciones
eres mi reina-.

Dejé mi mitad
esparcida sobre tus sábanas
y entre tu pelo hundí mi nariz
mientras dormías
-o mientras escuchaba al mundo
respirar,
ya no sé-
para que no te dieras cuenta
de lo rabiosos que me resultan los días
cuando apareces,
es decir,
cuando no apareces.
Lloví sobre tu espalda
al mismo tiempo que sacaba el paraguas
para que mi ausencia no te salpicara,
a pesar de lo que me gustaría lamer
las heridas revueltas de tu costado,
y hacer nudos con mi lengua
con todo lo que se esconde detrás.

Me abandoné para ti,
sin saber si dejaba
más de lo que me llevaba.
Me caí,
de cabeza,
buscando el golpe de tus omóplatos
en mis ganas
de besarte
cada día,
todos
los
días,
todos los besos,
todo tu cuerpo,
todo tu pelo,
cada
día,
todos los días.
Me quedé dentro de ti
mientras me marchaba.


Y así ando ahora,
dando traspiés con un solo pie;
haciendo todo a medias
desde ti;
balanceándome inerte
entre tantos recuerdos
que te juro que aún rememoro
cómo era eso de sentir,
es decir,
de besarte;
paseando, tan torpe,
entre tu nombre
y mis heridas,

con la incoherencia
de querer llevarte a la guerra
al mismo tiempo que te acuno en mi paz;

hablando a medias
porque después de probar tu boca
las palabras ya no sirven de nada;
latente,
a un poema de distancia
de querer volver a besarte,
a una última canción
de volver a bailarte de nuevo;
con un ojo entreabierto
por si se te ocurre volver a mirarme
y no estoy,
mientras intento aprender a besar
todo lo que habla de ti
para que me dejes de hacer falta;
soñando con tenerte tan cerca
que solo pueda abandonarte,
pero entonces despierto
porque los sueños a medias son solo eso,
sueños.



Pero al final,
como en todos los finales,
solo quedan certezas.

Me olvidé de mí

con el único propósito
de que tú no te olvidaras de mí
-todos necesitamos
ser salvados-,
con la única intención
de que te dieras cuenta
de que la mitad que dejé en tus manos
eras tú misma,
que te pertenezco
y me perteneces de una manera
que aún no sé escribir,
y eso me asusta más que tú;
que no puedo abandonarte
porque entonces me quedaría vacía,
sin ti,
sin mí,
y cómo sobrevivir entonces.


Así que cuídame,
es decir,
cuídate.

Por mi vida.


martes, 6 de noviembre de 2012

El otoño debía ser esto, pero contigo.

Tú eres skinny love

No es el frío
el que me hace acordarme de ti,
y viceversa,
ya no sé
si es por ti por quien tirito
o si acaso es el recuerdo
de tu boca
lo más parecido al deshielo
que he sufrido
-mi boca está llena de cenizas
desde que no te beso-,
ya sabes que tú fuiste todo lo que venía después
de aquello que aun no había llegado,
una especie de tristeza lejana
que habitaba al otro lado
y que elegí frente a todas las sonrisas
-o quizá me eligió ella a mí-,
un carnaval de verbos
en distintos idiomas
que perdían la ropa cuando coincidían,
pero nuestra gracia era esa:
no coincidir
para que querernos fuera aun más arriesgado,
imposible,
y que así el éxito compensara las derrotas,
es decir,
todas las noches que no te besé.

Ahora se cuela una luz por mi persiana
que no acompaña a tu piel
y se traspapela con un puñado de bostezos
que lo único que tienen de ti es el sueño que les robas,
y yo me escapo de esa batalla
y pienso que lo único que me faltó por hacer
fue besarte por dentro de mi jersey
-me sobran las excusas
cuando se trata de tenerte cerca-,
follarte después de desayunar
para que se quedara en mi nariz
el olor a café de mi lengua en tus pezones,
llorar juntas por algún sinmotivo
para llevar la contraria a todos aquellos
que rechazan las lágrimas
-nunca han visto a una mujer
masturbarse-
y después bailar,
una última vez,
un último baile,
leerte algún poema para dormirte
y escribirlo cuando lo hagas,
bajar al infierno los domingos
y gritarles a todos que la pornografía
también es romanticismo
y prometerte en bajito
con la espalda llena de balazos
que esta noche irá sin cargos,

enseñarte el sonido de nuestros nombres
una tarde cualquiera en una calle cualquiera
de una ciudad cualquiera
y que les den a los mortales

llevarte alguna noche a casa
abrazada por la espalda
y darte por fin la paz que tanto clamas
y contra la que tanto luchas.

A veces pienso que lo que me faltó
fue declararte la guerra,
contemplar cómo te manejas con la ropa puesta
y el corazón desnudo,
retarte
en vez de salvarte,
reclamarte y exigirte cuentas,
pedirte que te quedaras
y morderte las dudas.
Tirarte por mis precipicios,
como tú,
y cogerte de la mano
pero solo al final.

Pero siempre
antepuse tu paz a todos los peros.


Ya sabes,
creo que el problema reside

en que no pienso en ti
sino en mí contigo,
y eso,
pensar en algo imposible,
es como pretender olvidar
algo que no existe.

Algún día te explicaré
por qué la poesía agradeció que te fueras.

martes, 30 de octubre de 2012

Escribo tu nombre más veces de las que le borro. A veces.


Non para de llover

Pensar en ti
es como desnudarse delante de un precipicio
lleno de niebla
y mirar abajo,
quiero decir,
que para hacerlo
es necesario despojarse
de las dudas y los miedos
y rendirse a la evidencia de que
el vértigo solo es una excusa
para no aceptar
que la caída es lo único que nos puede salvar.

Pensarte es un atentado
contra las alturas,
es inmolarse
gritando tu nombre
a todos los motivos que me hacen huir,
de ti,
es, cómo decirlo,
como ver llover y abrir la boca
a pesar del pánico a morir ahogada,
no sea que entre tanto agua
se cuele tu saliva,
es como poner la mejilla
cuando se aproximan hostias llenas de nostalgia
y quedarte con el alma llena de polvo,
pero ya sabes lo que dicen,
el dolor es otra forma de placer,
y yo te beso en cada rozadura.

Pensarte,
o conjugarte en presente,
como si fuera posible
ser un funambulista
de la línea que une tus heridas con las mías
y no terminar en el suelo,
lamiéndolas,
mientras me besas los párpados
y yo te susurro que llevo un alma en el costado
que asesina mi equilibrio
mientras tú sonríes,
y yo pienso que la paz tiene algo que ver
contigo cuando te duermes sobre mi hombro
dando la espalda al mundo,
y venciéndolo.

Como besarte con los ojos abiertos
y no marearme
-mis sueños comienzan
cuando tú abres los ojos-.

Pensarte es,
algunas veces,
lo único que me queda de ti,
y otras,
quizá más,
estas ganas imposibles de olvidarte.

Pero
lo cierto es que
aquí solo laten tus cenizas,
y después,
después no hay nada.

O todo.

Según a qué lado de la calle mires.

jueves, 4 de octubre de 2012

Llovimos tanto que me ahogué

El drama sin ti es un domingo más

Hablamos tanto de la lluvia
que un trueno acabó atravesándome la garganta
y tuve que escapar.
Tu vida o tu corazón, me dijo alguien,
quiero pasar mi vida en el suyo, le dije yo,
pero eso no era posible,
era tan imposible como un amor platónico cumplido,
como tú y yo cumplidas,
como tú,
como pedirte que te quedaras después
o vinieras antes,
como mantenerte encendida
al otro lado de la calle
viéndote por la noche sin poder tocarte
y no consumirme en el esfuerzo
de querer tu imposibilidad
al lado de mi almohada,
como negarte a ti
y no negarme a mí en el intento,
como olvidar tu pelo,
como fingir que no estás
detrás de cada palabra que me perturba,
como pretender saber
no echarte de menos
y conseguirlo,
como asentir
creyendo que es cierto
eso de que es el frío
el que hace las ausencias más largas
cuando ahora la única que existe es la tuya
en medio de este incendio de cenizas.

Te acabas de ir
y tus ruidos ya se escuchan por las noches.

Era tan imposible
-tan
imposible
como
pedirte
que
te
quedaras
conmigo-.

La tormenta me sorprendió contigo atrapada en la mirada,
lanzando botellas al mar llenas de besos
que nunca llegaban, que se extraviaban, que se equivocaban de puerto,
que se rompían intentando llegar a mi boca
y confundían mis barcos y me llenaban de cristales los labios
que, pegados a la ventana,
congelados,
solo esperaban verte aparecer.
Y entonces un día me dejé vencer,
olvidé dónde buscarte,
comencé a despegar
tus nudillos de mis pulmones,
me eché la sal de tu sudor perdido
en los ojos,
prohibí tu olor en mis domingos
y escribí todos los antónimos
de tu nombre en mis ventrículos,
si no te olvido a ti
no les olvidaré a ellos,
y al final lo único que quedó
fue un miedo tan inmenso como inconfesable
y un deseo,
solo quería marcharme de ahí y dejar de esperarnos,
irme lejos, pensando que lejos es donde no estás,
sin darme cuenta de que donde realmente estás es en mí,
y que no te irás hasta que yo lo decida.

Pero empezaba a tener frío
y tú no venías a curármelo,
así que tuve que pedirte sin decírtelo
que me volvieras a dejar en tierra y siguieras con tu vuelo,
pero antes quise hablarte del cielo que te rodea,
de que cuando hablas realmente creo
que los relojes carecen de sentido
si no es para pararlos y escucharte un rato más
-solo un ratito más, lo juro-,
que tuve todos los continentes en mis bolsillos
después de tu abrazo
porque cuando tú respiras
el mundo, a veces, se paraliza,
y otras, en cambio, se tambalea,
pero eso es algo que solo entendemos
los que hemos visto a la poesía perder las comillas,
que tu risa astilla las penas
y que aunque nos encontráramos en medio de una guerra
que por no querer luchar terminamos perdiendo,
encontré la paz en tus maullidos,
y fuiste algo así como volver a casa
por primera vez
después de perder mil batallas en la espalda.

Quise decirte que mi papel
siempre se redujo a contemplarte desde lejos
y volverte tinta,
que pudimos
y aunque no fuimos
siempre seremos
-ojalá entiendas eso-,
que nos hicimos el amor
una noche que llovimos
y por eso te llevaré conmigo
siempre.
Que ojalá la huida
hubiera sido de tu cama a la mía,
que ojalá la lucha
se hubiera reducido a morderte las caderas
y no a este cansancio
lleno de ojeras mudas,
que ojalá volviera a verte
cada invierno de mi vida
y vieras que contigo nunca tuve prisa
porque conocerte es viajar y besar
dulce y lento
un día de invierno
llenas de frío por fuera
y de amor por dentro.

Y que ojalá sonrías
y no te culpes
ni te castigues:
tú cambias vidas,
pero no destinos.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Yo te abrí mis piernas y tú me sacudiste la vida.


Te escribo de noche porque es la única manera en la que puedes coexistir con mis sueños y yo convencerme de que eres real.

Sabes que mis legañas ahora llevan tu nombre y que este insomnio es solo una forma de esperarte, o quizá es que solo sé dormir cuando estás tú a mi izquierda. Pensarte es atrevido cuando cruzas la puerta y yo huelo mis manos y me relamo los labios salados pensando qué tendrán mis paredes para que me pongas contra ellas cada día; quizá sea que me dan ganas de entregarte la vida cuando me pides las bragas o que en ocasiones me confundo y no sé si lo que me desabrochas es el pantalón o el escudo. Eres un etcétera de posibilidades y yo te beso con los bolsillos llenos de polvo y los nudillos cansados, son tantas guerras sin descanso (es decir, sin ti) que ahora me siento como un soldado que vuelve a casa: asustada y fuera de lugar. Pero prefiero dormir en tu paz que en mi esquina, izar bandera cada vez que te arropes con mi pelo, colocarte mi estandarte en el ombligo y mientras empapas mi lengua enseñarte mi nube y aprender a llover contigo, darte de cenar mi melancolía y empujar tus dedos para que penetren mis heridas, me rasguen los pulmones y me invada tu aire, te prometo no lucharle. Quiero vivirte, besarte es conocerte en un domingo de veinticinco horas, un billete sin vuelta para los miedos, una interrogación sin cerrar, un orgasmo en marcha que no frena cuando se termina. Tú miras tus dedos acariciando mi pierna y hablas de escribir una historia sobre ello, de que pasemos el invierno envueltas en tu pelo, de mí en tu jersey debajo de una tormenta, de que la mejor manera de limar los cortes es con la lengua y de que tus ojos me cuentan miedos que tu boca nunca me dirá. Yo quiero confesarte que siempre lloro cuando escribo y que escribir es lo más parecido a enamorarse, que ya no sé dormir si en tus cuentos no salgo yo, que la huida es solo otra forma de llamar al miedo y que te quiero en mi cama cada mañana sin que se me agoten las formas de pedírtelo. Porque no existe nada más descansado que subir las escaleras que llevan a tu puerta, porque besar tus ingles es llegar a casa, porque sustituyes todos los ojalás que han perturbado mis noches y porque todo lo que te digo es solo mi manera de pedirte que te quedes conmigo, a dormir, a desayunar y a ver juntas cómo llega el otoño.

Lo que quiero decir es que me gustas hasta cuando llueve... Y aun no ha llovido.

jueves, 26 de julio de 2012

Te miré como se miran las estrellas fugaces: con los ojos cerrados





Llueve y.


Algo así como besar cuenta atrás. ¿Qué haces? ¿Besas apurando hasta el último verso o vaso o beso? ¿O atropellas tu lengua con los dientes para alargar el penúltimo beso?
Nos soñamos, nos pensamos tantas veces, tanto tiempo pasó, tanto amor nos rozó sin quedarse, tantas flores, tantas margaritas deshojamos, tanta duda colmó tu cama ocupada, tantas veces te hablé de la lluvia sin decirte nada hasta que un día viniste y me dijiste que llovía y que te acordabas de mí, tanto te quise entonces, tanto me doliste a la vez. Nos pensamos, nos contamos tantas mentiras, nos fuimos tanto, nos abandonamos, te dejé irte y tú te fuiste porque yo siempre me quedaba y entonces dejé de esperar y tú volviste a arañarme y a dejarte crujir y yo te dejé arañarme y dejarte crujir. Nunca dejabas de irte, nunca cesabas en tu empeño de no querer historias enteras, tu costumbre de llevar siempre deshilachadas las costuras, tu manía de arrastrar los nombres a la hecatombe de esa forma tan dulce, tan adictiva, tan tristemente feliz.  Nunca te pedí que te quedaras, nunca dejé de escribirte hasta que viniste reclamando tu papel de musa, nunca te pedí un después, nunca te quise tener de vuelta, nunca firmé un mañana. No pienso, no pienso en tu cara, no pienso en cómo es, así, tan bonita y tan sutil y tan pequeña, tan inusitada, tan inherente a lo imposible, no pienso en cómo me besabas, no pienso en tus promesas que odio no haberme creído porque ahora necesito llover y no sé si tengo motivos, no pienso en el momento en el que te vi despeinada y sentí que eras más guapa que el invierno y no pienso en la ternura que me produce verte vestida, no pienso en cómo te abracé por la espalda al despertar y tampoco en que fueron mis rodillas las terceras en probar tus besos. No pienso en tus promesas muertas el día después ni en todo lo que me pediste cuando el amor, o lo que quiera que sea esto, te pillo de espaldas y te golpeó brutalmente el pecho y quisiste volar tan lejos, y llevarme contigo, y dejarme caer, y volver a recogerme. Siempre a ras de suelo, pero sin tocarlo. ¿O era a ras del cielo?
Ciega, siempre estuviste tan ciega. Ciega, siempre estuve tan ciega.



Algo así como describir un beso entre paréntesis.
Te gustaba hablar del invierno, pero entre tus pestañas se intuía tu adicción a las flores y en tu revolución primaveral asaltaste mi espalda para vaciarla de margaritas analfabetas y volcar tus besos, tan llenos de saliva. Estabas tan llena de agua y yo tenía tanta sed, tú lo sabías y viniste con más de mil besos, eso dijiste, más de mil besos. Estiraste esa noche y creamos una vida paralela entre tu pelo y mis dedos. Te vi desnuda y la inspiración colisionó en mis ojos, jamás volví a mirar igual. Hablabas, decías tanto, yo quería saber tanto, cómo podías ser tan eterna y a la vez tan fugaz, cómo podría volver a escribir algo que estuviera a la altura de tus embestidas, de tu voz y de tu manera de dormir, cómo despertar sabiendo que en algún lugar del mundo estás recogiéndote el pelo de esa forma, cómo seguir ocultando mis secretos si tú les has puesto nombre. Entonces empezaste a tallar palabras por mi cuerpo, a abrazarme con los dientes, a quedarte con mis piezas sin saber que, maldita sea, te pertenecían desde hace mucho. Me invitaste a acariciarte bajo el agua e inventaste promesas de un solo día, y sin creerte te creí. Llegamos tan rápido a tenernos, nosotras que siempre anduvimos lento, y entonces nos hicimos el amor o hicimos amor, aun no sé bien. Tan suave te besé, tan lento me abrazaste. Te empeñaste en mantenerme a salvo esa noche, tuvimos las manos calientes tantas horas, te hice un ovillo para que cupieras en ellas y entonces, solo entonces, te dormiste, y a mí me empezó a temblar el pulso y me flaquearon los párpados, atrapé tu forma de respirar, se te notaba en paz, como si estuvieras realmente donde querías estar, y te miré como se miran las estrellas fugaces: con los ojos cerrados. Te prometo que me asusté tanto al tenerte llena en mis manos, te prometo que me asustó tanto sentir que no quería estar en ningún otro lugar más que en ti, me asustó tanto sentirme tan completa que nunca más volvería a sentir vacío, y entonces cómo volverme a llenar, y entonces cómo vaciarme de ti, me asustó tanto pensar que solo podría escribir sobre esto, me asustó pensar que algún día la memoria fallaría y entonces cómo rescatarte, y entonces cómo rescatarnos. Me tocaste todo el cuerpo y tus manos de repente fueron colosos llenos de ternura, me respiraste el pelo y escuché dulzura entre sístole y diástole, te volviste un gigante, tú que siempre fuiste tan pequeña, e inundaste aquella habitación de sinestesia. 
No te miento si te confieso que viví esa noche. En mayúsculas y, por primera vez, en presente. Tú, siempre tan pretérita. Te volviste presente.





Y.
Entonces.
Nada.

Nunca fue tan fácil echar de menos como cuando.





(Usa mi nombre solo para salvarte)

domingo, 3 de junio de 2012

Las canciones son pájaros que siempre vuelan

Supongo que es cierto eso de que la magia existe y que solo hay que saber abrir los ojos en el momento justo en el que la sientes cosquillear entre los resquicios de la coraza, suturando vendajes al primer contacto, y dejarla entrar. Porque sí, ahí está la magia, no en saber de dónde vienes o a dónde vas, sino en saber que me llevas contigo. Supongo que no, que no está al alcance de cualquiera comprenderme cuando digo que (te) daría mis manos por encontrarte y confesarte que esperarte ha sido una delicia y reconocerte mi cometido más sencillo. Supongo que todos necesitamos ser salvados, y tú comprendiste nada más verme que de quien necesitaba ser salvada yo era de mí misma, y por eso pensé cómo sería tu voz mucho antes de escucharte hablar. Supongo que de eso se trata, de hablarte y sentir que me estás reconociendo, de intuirte en tu silencio, de empezar a echarte de menos sin decírtelo, de crear cientos de condicionales seguidos de tu nombre, de que sin escribirlo tú ya lo sepas. Supongo que a veces solo hace falta una canción y levantar la cabeza, verte y comprender que llevabas mucho tiempo ahí delante, esperándome sin prisa, y que no te vas a marchar. 


Justo cuando todas las demás se iban, justo cuando llegaba la hora de desaparecer, ella se quedó, y a mí se me cayeron las palabras y no supe qué decir. El cuarto día consiguió que le hablara de mis miedos, que le contara mis torpezas, que le confesara que la palabra huir me ejecuta cada noche, y eso es algo que nunca se lo he dicho a nadie. Me pidió un cuento y yo le susurré que mi día favorito de la semana es el domingo; que a veces me despierto llorando cuando todo está bien; que el miedo me aprisiona algunas mañanas y se me acumula en el pecho, y me aterroriza enamorarme por si contamino otro corazón al abrir el mío, aunque mis tendencias masoquistas me obliguen a caminar siempre con los ojos cerrados esperando el choque. Le reconocí que mi mayor secreto es una ilusión que, aunque rota en pedacitos cada vez que se presenta, se sigue levantando cada vez que escucha a alguien llorar y se enamora de la gente triste. Ella, como única respuesta, se desnudó y me ciñó fuerte entre sus ojos, me acarició el pelo y me dijo que algunas palabras mienten, que las canciones son pájaros que siempre vuelan y que el miedo a la oscuridad queda anulado cuando una habitación se llena de abrazos. Y yo la miré, olvidándome de vivir, y comprendí lo que significa ser salvada. Su ternura ambicionando mis heridas, su suavidad al despojarme de mi escudo, su lengua dispuesta a lamer todas las mañanas mis cicatrices, su altruismo al ofrecerme su piel para mis inviernos de junio, su valentía al preferir quebrarse con mi dolor antes que ausentarse y renunciar a mis secretos, su comprensión al contarle que ciertas dosis de tristeza me hacen feliz y su tranquilidad para desatar la lluvia sobre nosotras y decirme, sonriendo, que mi vida está llena de amor y desamor y eso me hace bonita.
Escríbeme, me dijo. Pero no escribas para mí, escríbeme a mí. Y era domingo, y llovió papel y tinta del cielo, y por fin hacía un poco de frío, y yo me enamoré mientras la creaba entre palabras y miraba a mis dedos y ahí la veía, y me di cuenta de que solo ella entendería todo esto, que solo ella comprendería de qué estoy hablando. Y que vendría. Que levantaría la cabeza, y ahí estaría. Esperándome sin prisa.


Este sabernos, tú allí y yo aquí, pero sabernos. De eso se trata.


Fjögur píanó







miércoles, 16 de mayo de 2012

Algún día de algún abril de algún año.

Qué triste resulta saber que tienes todos los motivos a la vuelta de un parpadeo y ser incapaz de verlos porque alguien algún día te robó los ojos para siempre; andar a tientas no está hecho para los torpes. Qué triste y bonito resulta dedicar palabras a criaturas voladoras pero ciegas; seres que solo aterrizan para dejarte acariciar su sombra, salvarte y volver a dejarte en tierra. Por todos es sabido que es imposible volar de la mano sin alfombra, aunque me empeñe en convencerte en cada traspiés que una vida sin imposibles solo se trata un sueño; que tú no eres un reto sino la ternura hecha anhelo, pero con astillas; que estaría delante de cada una de tus pesadillas el día que decidieras que no puedes más y ya, solo eso, aunque cada día me ahoguen más tus esquinas. Pero qué triste resulta querer llenar de poemas tus lágrimas y que al final del día lo único que quede sea un beso en blanco, papeles arrugados que no contienen ni uno solo de tus secretos, momentos en los que me retuerzo y lo único que siento es la necesidad de deshacerme de tu vuelo, de pedirte que me libres de todo lo que no te puedo decir, de disparar tres gritos directos a tu espalda sin avisar y que vuelvas a ser todo lo que viene antes de un abrazo. Pero entonces el viento te hace descender de nuevo, se asoman las pecas de tu nariz y yo empiezo a temblar y sonreír, lo vuelves todo tan triste y tan bonito, te tornas en una ternura sumamente inviolable y quemas todos los desperfectos que desconoces. Y aunque desde que te ofrecí las manos más calientes del invierno me resulta imposible luchar sola contra el frío; aunque me relegaste junto a las metáforas al baúl de los secretos y las ausencias se hayan vuelto algo tristemente avezado; aunque algunos días te tenga más miedo que ganas y otras esconda tu nombre entre mis manos; la tristeza deja de ser tristeza al mismo tiempo que repartes tus vocales por mi almohada, y todo acaba volviendo a ser lo que empezó, y a pesar de que nunca estás cuando abro los ojos a veces ocurre y te siento pequeñita dando las buenas noches a través de las rendijas, esas en las que escondo tantos secretos como días quiero que sigas aquí. 
Pero siguen siendo tristes todas esas historias de desamor en las que siempre hay alguien que pierde la mano de otra persona en la multitud sin darse cuenta y nunca se vuelven a ver. Sigue siendo triste esa continua necesidad de que aparezca alguien que te salve, cuando en el fondo lo que quieres es vivir sin hacer ruido escribiendo sobre grandes historias que no vivirás. Sigue siendo triste sentirte pequeñito y ver gigantes en personas solo porque te han roto tantas veces que, aunque lo intenten, ya no pueden reconstruirte. Sigue siendo triste llevar una vida abocada a la imposibilidad, aunque al final sea lo único que inspire.
Y deberías saber que mi mundo es una noria en la que gira una y otra vez el mismo corazón roto en distintas cabinas; que aunque sea minúsculo te llevaste un trozo el día que me pensaste mientras llovía y ahora sonrío a trompicones; que idealicé tanto el drama y el desamor que me dejé llevar por una vida kamikaze, coleccionando soledades y cigarros rotos, y ahora es demasiado tarde para crecer; que no me dejaré alcanzarte porque empiezo a pensar que no existes, y eso es algo que no sé si sabría explicarte.

Qué puedo hacer yo si contra ti solo tengo frases deshechas.
Parece que tienes miedo a arrancarte del todo de mis entrañas, pero tu cobardía no evita el daño. Hazlo de golpe, antes de quitarte la falda.
Detesto a la persona que eres cuando no estás.
No necesito a alguien que vuele, necesito a alguien que me enseñe a volar.
Te desesperaré hasta que aparezcas.
A veces te destrozaría entera con palabras y otras, sin embargo, solo quiero dejar de escribirte.

A veces, por la noche, me pregunto cómo serás enamorada. A veces, por el día, me importa una mierda.

Pero.

No me salves de ti.

jueves, 29 de marzo de 2012

D(r)ama sentimental

Quizá el truco esté en desordenar tus pecas, esparcirlas descolocadas entre tu andén y mi habitación y esperar que en un descuido te pierdas y aparezcas. Puede que arañarme con tus uñas no sea la mejor opción, aunque piense en ellas antes de tropezar con la almohada, aunque ya te haya reservado los lugares donde me las podrías clavar, aunque vaya directa y sin escudo hacia sus esquinas. Tal vez mi sueño consista en soñarte sueño, y la realidad se reduzca a colarte palabras entre el pelo para que me recuerdes cuando camines despeinada por la carretera buscando al amor de tu vida. Puede que piense tanto en tus hoyuelos que los llene de notas y cuando quieras cantar solo haya un baile lleno de silencio. Quizá el problema sea que empecé hablándote de tus calcetines en vez de tu flequillo; que no te expliqué todo lo que hay más allá del mío; que me refugié entre tus tobillos para que no te fueras y no te conté que a veces tengo tanto miedo que cierro los ojos y me quedo con el de los demás, porque no hay nada que más me atemorice que otros ojos asustados. Puede que el dilema se encuentre en mi maldita manía de acuñar miradas que no responden a las preguntas que dejo entre los dedos, y en la boca, y en la intuición de algunos colmillos, y en la somnolencia de las idas y venidas que nunca se quedan. Tal vez te enseñé las palmas de mis manos abiertas demasiado pronto y se me cayó más de un secreto tan rápido que no llegó a la noche; me olvidé de utilizar paréntesis contigo cuando escuché el olor de tu sonrisa y supe que en ella se encontraba el fin de los tormentos.

Es probable que todavía no intuyas que si te quiero volver bostezo es por hambre y por sueño, porque aún no sé si serás banquete o pesadilla, porque me gustas tanto como para asustarme, porque eres mi d(r)ama sentimental y yo quiero saltar contigo puentes resbaladizos y ventanas entreabiertas y puertas cerradas con llave y trenzas deshechas en cambios de vida y sentido.

Porque seguramente todo empezó el día que olí el invierno en tu bufanda y amé el frío más que nunca; la noche en la que sentí que podría estar toda la vida abrazándote y nada más; el momento en el que bailaste y te reíste y miraste al suelo y yo deseé estar ahí, justo ahí, ser ese segundo contigo.


Quizá. Puede. Tal vez. Es probable.


Pero no.

No seré yo quien inquiera al punto con el que cierran tus piernas, que no tu boca, dirigiéndome una y otra vez al bemol de tu mirada, ese que no firmo yo.


http://www.youtube.com/watch?v=msaVzacH5ZA


domingo, 25 de marzo de 2012

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Creo que eran las dos de la mañana cuando apareciste con un vestido blanco arañado, sin esas sandalias expertas en huir cuando el calor acecha tus tobillos, con las uñas recortadas en forma de gemido y exhalando mordiscos por los ojos. Empuñaste tu rodilla contra mi garganta y sin dejar de mojar mis pestañas le susurraste a mis falanges que te habías dejado la vergüenza atada con tus bragas negras entre el tercer y el quinto escalón de un motel al que nunca iríamos. Maldita sea, nunca debí confesarte que saber que tu vestido esconde una entrepierna desnuda desbarata cualquier intento de contención.
No hizo falta que dijeras nada para ver cómo tus iris decidían empezar tu ritual de sangre y sexo. Agarraste mi dedo corazón, absorbiste con tu lengua sus desorbitadas palpitaciones y jugaste a recorrer la humedad que empezaba a azotar tus muslos desprotegidos con su yema, mientras que tus caninos comenzaban a insertarse en mi cuello sin otra intención que la de vaciar todos mis jugos.
Tus ojos se dedicaban a examinar cómo mis pupilas se convertían en cráteres en ebullición mientras yo, subyugada a tu soberbia, solo deseaba que terminaras de una vez con toda la piel y volvieras a mi cuerpo un agujero de perversión, castigo e insolencia. Te sentaste sobre mis metacarpos y empezaste a bailar, a volverte una noria mientras me hacías entrar en ti sin pedir permiso. Me ataste las muñecas con la raya deshecha de tus ojos y, con los dientes clavados en mis costillas, decidiste atracar mi pulso cardíaco. Con la boca llena de placer, comenzaste a devorar y beber todo intento de latido mojado, de sábana empapada, de labios deshechos en líquido. Tus círculos húmedos y su maestría en la descriogenización de mi saliva continuaron sacudiendo toda aquella habitación que, al no ir anclada a tus manos, sobraba.
Esa noche mi calor se tatuó la imagen de tu anatomía desnuda en mi sudor mientras reventabas con la rebelión de tus colmillos mis ansias de follarte y mojarte y beberte y saciarte y tragarte y secarte y volver a follarte.

Al rato, abrí los ojos. Era de día y, en lugar de tu lengua ensalivada, entre mis piernas solo había un gran charco y unos muslos perdidos en lubricante.


viernes, 23 de marzo de 2012

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La primavera no quiere que los amores de invierno terminen y ella aún no lo sabe, pero guardo alguna tormenta para que cuando me invite a bailar lo hagamos sobre uno de sus tejados; desde que soñé que sus hoyuelos perdían el paraguas me encanta bailarla bajo la lluvia. Tiene siete maneras de recogerse el pelo porque busca catorce manos que la despeinen de manera diferente en cada maullido, y yo escondo dieciséis tirabuzones que cicatricen en sus uñas los días que le apetezca arañar. Le escribo mientras ella se estira, sale del folio y habla de palabras que saben a dulce, regala abrazos que en febrero huelen a amor de lavandería, vuelve minúsculos mis enormes gigantes y con los ojos cerrados cae entre nostalgia y nostalgia, en ese punto exacto en el que resulta imposible no quererla.
Quiero preguntarle si aprendió a bailar así en el mismo sitio en el que le dibujaron ese lunar, si le gustan los besos en las rodillas y si algún día de viento ha jugado a emparejar tobillos. Quiero averiguar si alguna mañana le han despertado con besos en los nudillos, si ronronea antes de dar los buenos días y a qué sabe su pelo despeinado. Quiero saber a qué huele cuando está triste, si le han acariciado los miedos hasta dormir y si alguna vez ha echado tanto de menos que le abrazaran por la espalda que ha roto paredes. Quiero mirarle las pestañas y contarle a sus párpados que la primavera esconde mil noches de invierno, y que por eso a veces llueve de repente o hace frío, porque los escalofríos no dejan olvidar. Quiero confesarle que dormiría con ella para verla despertar libre de maquillaje, llena de legañas, tan despeinada que estalle la almohada al verla tan bonita. Quiero coagular entre sus manos y asegurarle que tengo tantas ganas de ver sus bragas empapadas sobre mi alfombra como de dejar su nombre por los parques y el mío en su portal, para que no se sienta sola. Quiero explicarle cada roto de mis labios, repasarle las pecas de la nariz antes de salir de casa y peinarle el flequillo cuando le entren ganas de llorar.
Quiero dormirla y preguntarle si alguna vez se ha reído del olvido; y, si cuando bosteza, preludio del sueño, se acuerda de mí; y, después, cuando abra los ojos, dejarle un desayuno lleno de minúsculas palabras, porque es así de la única manera en la que puede tener lugar y comprenderse todo lo que le quiero decir.

miércoles, 7 de marzo de 2012

(XXX)

Debería olvidarte para que las palabras más profundas pudieran brotar y así atreverme a decir en voz alta que te arrancaría poco a poco a mordiscos cada pespunte de tu boca, que mis costillas merecen que tu espalda cruja mientras se arquea sobre mi ombligo y que el único punto que pongamos a nuestra historia sea el g, y al contacto con mi lengua convertirlo en miles de puntos suspensivos que resbalen por tus ingles. Si no estuvieras, te diría que dibujaría un lunar solo con humedad entre los labios de tu vértice y que jugaría toda la noche a borrártelo a lametazos y, quizá, algún beso. Me vería obligada a domar tu insolencia atándote a la cama y haciendo sufrir a tus desplantes a golpe de muñeca. Te diría que las únicas cicatrices que te van a quedar conmigo son las de mis caninos en tus muslos, mis uñas en tus caderas y mis orgasmos en negrita trepando por tus manos. Tendría que confesarte que he mojado la palabra onanismo pensando en el hueso de tu pelvis desafiando la potencia de mis embistes y que me he desangrado los dedos de pensarte desnuda y llena de sexo. No podría evitar llevarte a una cascada de orgasmos y clavarte cientos de suspiros ahogados en tu boca mientras estallamos juntas volviéndonos polvo(s). Dejaría gramos de saliva por cada esquina de tu cuerpo para volverte adicta y que tu mono desembocara en polvos salvajes, esos en los que la piel se desabrocha empezando por los pies y todo acaba tan mojado que podemos zambullirnos en nosotras mismas mientras los muebles piden ser empotrados contra nuestras espaldas. Debería decirte que estoy cansada de follarte cada mañana con mi imaginación como único lubricante, que las palabras no me dejan escurrirme por tu ombligo mientras desayuno tus pezones en punto de ebullición, que es complicado tenerte delante y que se me escapen los latidos, no solo los del corazón, y vayan corriendo(se) a buscarte y salpicarte, la saliva que me falta en la boca me sobra en la entrepierna. Te escribiría que, aunque lo intenten, las palabras están a una vida de distancia de lo que imagino sin cerrar los ojos y que la imaginación no alcanza a comprender lo que sería tenerte desnuda, empapada e inmortal debajo de mi saliva, dispuesta a dejarme que te lleve al cielo entre terremotos de gemidos y temblores. Serán tus dientes, o las ganas de maltratar al hueso retorcido de tu muñeca, o las perversiones que dejan intuir los rotos de tus pantalones o quizá se trate de lo que esconde tu cuello, o el deseo de tenerte de espaldas y sin protección para poder atacarte la clavícula, o el propósito de hacer a tus rodillas doblegarse frente a las fantasías de mi labio inferior.

Como escribirte mientras te masturbo. Como besarte mientras me llenas de sexo. Como quererte mientras te arranco a mordiscos un agujero por cada duda. Amor sexualizado, lo llaman. Yo te hablo de follarnos de espaldas, mojarnos a solas, volver poética la pornografía, llevarte al cielo y terminar en la luna enloqueciendo en tus astrolabios, ser el Onán de cada entrepierna, esperar brotando orgasmos a medias hasta que vuelva a ser invierno y podamos quedarnos.

Porque un polvo vale más que mil palabras.

miércoles, 15 de febrero de 2012

4,22

Mis costillas se han convertido en un hilo perpendicular a las comisuras de tus palabras, y ahora tengo mi ventrículo izquierdo tambaleándose como el peor equilibrista del circo de los lunes. Ha querido planear cielos inalcanzables cuando nosotros siempre hemos sido de los que andan bajo el paraguas, con los ojos cerrados y hablando solo cuando la madrugada es impar; de los magos baratos a los que cuando se les presenta la magia de bruces y sin avisar se les caen las cartas de la manga; de los que buscan pupilas en las que coagular para poder seguir mirando. De esos que escriben tratados sobre besos en espaldas que no se dan la vuelta, de los que caen en sucesiones de vértices que completan constelaciones que quedan demasiado lejos pero que no admiten parpadeo, de aquellos que solo dentro de las camisas de fuerza se sienten a gusto.
Pero la mitad de mi costado ha pedido el divorcio y se ha escapado vestido de flequillo gris, te ha vivido y ahora ha entendido a aquellos que hablan de los aleteos que provocan tsunamis, a los que no se conformaron con el síndrome y se enamoraron del propio Sthendal sabiendo que se convertirían en kamikazes con frenos caducados, a los corazones trasplantados que siguen latiendo aun sin tener un cuerpo que los proteja. 'Aprovéchame', parece que dices, 'que los sueños nunca se repiten más de tres noches seguidas'. Ha conocido la magia y ha aprendido que no se puede alcanzar a la gente que vuela; que hay destellos sin fecha de caducidad que no están al alcance de nadie; que aunque los (des)equilibrios y el miedo y las ganas y el pasado se conviertan en un cóctel explosivo si se mezclan con tu nombre, se lo está bebiendo con el pulso en pause aunque ahora empiece a quemar. Ha encontrado poesía en un hoyuelo escondido; en la obsesión por un lunar que (des)aparece cuando más se le necesita; en metro sesenta de miles de versos esperando ser pulidos; en los salientes de los huesos de tus muñecas que incitan ser arrebañados; en la noche que soñó que te confesaba que tu nariz es la más bonita del universo; en heridas que no se quieren esconder y que se mezclan con millones de detalles, retales que solo esperaban su momento cuando, de repente, abrí las palmas de mi mano y ahí los vi, esperando ser mordidos.
Y tú sonríes, me prestas tus pestañas para ver por dentro de ti y me demuestras que tenía razón aquel que dijo que hay momentos en la vida en los que las palabras son superfluas. Me quedo desnuda completamente, sin piel, mientras tú hablas, y rezo por ser capaz de no pestañear mientras estés delante porque sé que en un bostezo desaparecerás y el peso de mis manos se quedará vacío. Y solo soy capaz de hablarte de remedios paliativos para todos los martes de tus semanas; de intentar hacerte ver que no necesitas alas porque tú sola eres capaz de sobrevivirte; de que eres un torbellino lleno de comas y yo soy alérgica a los puntos finales; de que tu cuerpo guarda mil abrazos y tu cuello algo de dolor y tus pulgares piden besos a gritos ahogados desde tus bolsillos; de que los puños de tu jersey esconden mucho más que tus manos y de que tu vida está llena de impulsos e improvisación porque tú eres un espectáculo al que no se le puede imponer un telón; de que estamos en febrero y tus uñas exigen primavera y no te das cuenta de que la llevas contigo y solo espera que abras los ojos; de que tu magia está envuelta en metáforas llenas de sinestesia. De que yo estoy aquí, sujetando como puedo tu sístole y tu diástole para que no se te escapen y no pierdas el rumbo en tus aleteos.
Vuelas mientras existes y eso te hace inalcanzable, y no lo sabes y eso te vuelve lejanamente cercana. Y yo me pregunto en qué momento te confesé que no sé jugar si es con los ojos vendados, que nunca aprendí a ganar, que perderé mil veces con tal de que tú caigas de pie y puedas seguir maullando tus siete vidas.

Existes, y prefiero miles de tambaleos entre secretos, lunares y distancias a que, como buen sueño, desaparezcas cuando me despierte.

viernes, 3 de febrero de 2012

XXX

Te llenas de puntos suspensivos mientras te espero en las esquinas despoetizando los relojes. Tienes cara de promesa que no se cumple, y tus uñas están llenas de carne que no repites, y alguien te dijo que deberías llamarte lunes. Se te nota en las arterias cuando hablas que dispensas corazones sin quererlo, que tu sangre solo late caliente cuando anda algún posible cerca para completarle con tu imposibilidad, que nunca te gustó encajar con nadie porque temes que te rompan de nuevo las astillas y que esta vez no quede nada con lo que reconstruirte. Necesitas tres abrazos diarios, sobre todo a la hora de levantarte, pero eso es algo que solo saben los que conocen la existencia de tus lunares sin haberlos visto jamás.
Pero a veces te repasas las uñas mal pintadas, tiras los tickets de los vestidos que nunca te pondrás y fracasas al encontrar quien te quiera, porque nadie entiende tus miedos y eso te asusta aun más y te deja el corazón aplastado dentro del puño. Porque sonríes triste cuando los demás se besan, y no por querer ser ellos sino porque la nostalgia te inunda las comisuras. Porque inventas historias por no afrontar la tuya propia. Porque aunque vayas envuelta en lana y tus pies sean pequeños, tus días son los más fríos del mundo si son bemoles, y me vuelves minúscula y no puedo abrazarte porque en mis sueños siempre apareces volando hacia otra dirección. Porque me creíste cuando te dije que es el cambio de temperatura el que me pone triste, y colaste sin que me diera cuenta tu bufanda en mis costillas para later en invierno y esa noche te quise más que a mi insomnio, y eso es algo que nadie había conseguido jamás. Porque tu mirada es distinta, como tus palabras, y susurras en vez de hablar y tu cuello tiene pinta de oler a vainilla y papel quemado. Porque no te pareces a nadie, y eso es un hecho con el que me di de bruces la primera vez que te vi, y aun revolotea por mi tripa. Porque fumas solo cuando alguien puede verte, y rompes pañuelos cuando hace frío, y tienes mirada de niña que no duele aunque lleves dentro alguna que otra puñalada. Porque solo le encuentras sentido a los días si estás despeinada, y las tardes que llueve quisieras saber tocar el acordeón, salir a la calle y decir que llueve por tu culpa. Porque estás llena de ombligos, y de besos cuarteados, y te apasionan las cicatrices de los demás solo para no mirar las tuyas propias. Y las acaricias, sin meterte dentro, repasas su contorno y te marchas. Porque estás llena de sombras, y yo lo único que quiero es acostarme a tu espalda y dejar que tus dedos lloren hasta que pueda abrazarlos. Porque un día dijiste que solo te enamoras los días que llevas un calcetín de cada color, y la mañana siguiente yo robé el arco-iris y lo escondí en mi cajón, por si algún día te quisieras quedar a dormir.
Porque faltas y no existes todavía. Porque quizás solo existas porque te invento. Porque quizás seas suma de todas y termines siendo ninguna. Porque quizás seas suma de todas y termines siendo Ella.

viernes, 13 de enero de 2012

XXIX

Tu melancolía huele a cerilla quemada y a crujidos de costillas y almohadas por la noche. Tu única manía es llorar tres veces por semana después de echar una gota de agua en el cactus que te regaló el cuarto mes. Echas de menos que alguien te acaricie la parte de atrás de tus rodillas y te despierte con besos en las ingles. Unas gafas de sol envueltas en una bufanda más grande que tu flequillo sobre el felpudo. Dejaros de flores, lo que queremos es merendarnos en el sofá. Sería capaz de aprenderme los escondites de tus lunares sin dejar de mirarte a los ojos. Tus labios se rompieron hace años, cuando ella te dio el primer beso, pero tú no lo supiste hasta que desaprendió a quererte y entonces tú te enamoraste. Porque en eso consiste el (des)amor, en labios rotos y en que te dejen de querer. El mundo deshoja margaritas mientras tú buscas dramas en los que quedarte a dormir. Llevas una vida de versos sin besos y un día soñaste que conocerías al amor de tu vida de madrugada, así que desde entonces caminas por la calle con los ojos cerrados tropezando con abrazos que no te interesan. Te ofrecería tiritas sin alcohol para curar tus heridas y un beso en la nariz por cada noche que te apeteciera llorar. Y cigarros de poesía debajo de tu colchón mientras te devoro la espina dorsal. Curar tu cama enferma.
La nostalgia envuelve tus tardes de estufa, esas en las que a mí solo me apetece colarme entre tus omóplatos y llevarte a casa abrazada por la espalda, acariciándote el pelo. Tu voz tiene tantos quiebros como besos sanos reclama tu boca. Tu labio inferior aun tiembla cuando te pones triste y tu caja torácica se llena de latidos; la inspiración siempre se lleva a cambio trocitos de nuestros dedos rotos.

Sin musas las noches serían felices, pero hay adicciones que no estás dispuesta a dejar. Y es invierno...



Vámonos de viaje de otoños
a la parte de atrás de tu casa
y hagamos sufrir al invierno entre
bufandas y besos en la nariz.